Trazos de una identidad

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Si hay algo que una persona dedicada a una profesión artística quiere hacer antes que nada, es definir una identidad. Hay que buscar una voz, ese no se qué que nos haga decir “este soy yo”. En otro post me detendré específicamente sobre lo que llamamos estilo, pero antes quiero ahondar en esta pregunta: ¿con qué palabra nos definimos? Creo en el poder de las palabras y la potencia de sus significados, por lo que encarar esta tarea de simpleza aparente es, en realidad, un cometido complejo.

Ilustración de Mimmo Paladino que representa la búsqueda de identidad.
Ilustración de Mimmo Paladino.

El borrador

Entre los 10 y 12 años, yo era una de las sensaciones de la clase. No me refiero a que era “popular”, sino que todxs querían leer mis historietas.

Dibujaba mucho en mi casa y creaba una gran variedad de personajes para mí, pero en un momento me pareció buena idea crear una historia de acción y aventura que involucraba versiones ficcionalizadas (y superheroicas) de mis amigos de clase. Uno o dos años después, quise hacer algo más en tono de la adolescencia temprana que vivía y se me ocurrió dibujar una historieta donde aparecían todos mis compañeros y compañeras en clave rom-com. Eran tiras con enredos, relaciones románticas y sobre todo, mucho humor. Como un lápiz con punta gastada, se esbozó en mí la palabra dibujante, esa palabra que usaba mi clase para definirme a mí y lo que también entendían sería mi futura carrera.

Borrando con el codo

Sin embargo, la vida tenía otros planes. Llegados los 18, aprendí que no podía dibujar para vivir así que tenía que buscar una carrera seria y un trabajo de oficina serio. Dibujar estaba atado a una faceta infantil y eso no está bien visto en el mundo adulto. Y si bien hice lo posible por ocultarlo, en el fondo de mí, subrayaba con fuerza una idea: quería ser historietista. Tanto la palabra dibujante como historietista, me generaban calidez y una cercanía con esa futura audiencia de mis páginas. Atesoré esos vocablos sabiendo lo que significaban para mí.

Más o menos cinco años después, con un trabajo serio y una carrera seria, creía estar encaminado en la vida adulta. Por supuesto que no era así, porque los gritos de mi lado artístico me estaban dejando sordo. El acceso ilimitado a internet me hizo conocer un mundo nuevo; existían personas que podían vivir de sus dibujos. Pero ya no le decían dibujos, le decían arte y no eran historietistas o dibujantes, eran artistas.

En ese momento (y también un poco ahora) la palabra arte era lejana para mí. Siempre la creí referida a la alta sociedad que no pertenecía, a los cuadros de pintores europeos que no entendía y a los movimientos artísticos que ignoraba. Pero tomar prestados esos términos le daban cierto prestigio al oficio de dibujar, sonaban más alineados al mundo adulto y menos en conexión con el plano de la infancia. Aún no me definía como tal, pero suponía que esas eran las palabras indicadas a tomar.

Delineando los bordes

En este último período, terminé por adoptar y definirme como artista en diferentes rincones de la web. Un poco porque me parecía un término que englobaba varias aristas que son de mi interés y otro poco porque muchos autorxs de historieta del mercado internacional lo usan para presentarse.

Me defino también como ilustrador, que no sólo contiene el prestigio de la palabra artista, sino que apunta específicamente al oficio del dibujo. Tanto artista como ilustrador son cognados, así que además de lo mencionado, resultan muy convenientes para personas que me lean en otro idioma.

Ambos términos se plasman como un pincel de punta fina, con delicadeza, pero que no permite desplegar toda la fuerza del mismo. Y si bien me gustan los pinceles finos, tampoco me termino de sentir a gusto con ellos.

Detalles y texturas

En los últimos años fui aprendiendo y refinando mis conocimientos sobre el dibujo, los movimientos artísticos, las herramientas de trabajo y otras cosas más, a la par que fui definiendo con un trazo grueso mi manera de ver el mundo. Reflexiono sobre las estructuras que adoptamos de otros países, las necesidades propias de este oficio en nuestro ámbito local y un posible futuro a bosquejar en el contexto que nos encontramos. Me quiero alejar de la pomposidad o romantización de este oficio, quiero acercarme a las personas. Quiero acercarme a la crudeza de un lápiz roto, a la dificultad de conseguir un papel texturado. Quiero expresarme de la manera más auténtica posible. Recordé esa palabra que tanto atesoré y que ahora puedo resignificar. Ser dibujante es una afirmación de mi principios.

Francisco Solano López era la persona que le daba vida a los escritos de Hector Oesterheld en El Eternauta, la historieta (y no novela gráfica) más emblemática de Argentina. ¿Saben cómo lo define Wikipedia? Como dibujante.

El boceto final

Cuando comencé a tomarme con más seriedad este camino del dibujo, me propuse un objetivo claro: quiero llevar mis historias al mundo. Quiero contar y ser leído, que me cuenten qué cosas les gustaron, qué cosas no y cuáles lxs hicieron reflexionar. Y si bien la inmediatez de internet supone un acercamiento a la audiencia, en realidad se siente como tener un megáfono apagado.

Abrazo la intimidad de la relación con futuros lectores. Pocas cosas disfruto más que cuando alguien me dice que le gusta lo que hago o que ansía ver lo próximo que vaya a crear. Definirme dibujante me acerca a ese afecto que busco originar y a su vez sea transformado por el otro.

En un mundo donde todo es volátil, donde las palabras se las lleva un scroll hacia arriba y las redes son más algorítmicas que sociales, busco generar ese espacio que retroalimente mi impulso creativo. Así como cuando se armaba un círculo en mi mesa del aula a los 10 años, al momento de traer una historieta nueva, quiero esa calidez del ida y vuelta auténtico con mis seguidores. Con un lápiz en la mano sólo queda seguir dibujando mi camino. Para eso sirven los bocetos: para seguir trazando líneas.

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